¿Es posible vivir sin música?
¿Es posible vivir sin música? Eso se preguntó el científico británico Trevor Cox y se propuso encontrar la respuesta durante este período en el que los cristianos guardan la cuaresma.
Los 40 días que van desde el Miércoles de Ceniza hasta Jueves Santo, según explica Catholic.net, son “un tiempo de reflexión, de penitencia, de conversión espiritual; tiempo de preparación al misterio pascual”.
Y es esa penitencia la que nos ocupa, o más bien a Cox quien, en vez de hacer una sola comida fuerte al día y abstenerse de comer carne, se sometió a un ayuno musical.
Todo un reto para alguien que toca saxofón a diario y es profesor de ingeniería acústica en la Universidad de Salford. ¿Por qué hacerlo?
No por motivos religiosos, dice, sino para explorar cómo nos afecta la omnipresencia de la música en las sociedad moderna.
Estos son los primeros descubrimientos de su desafío, contados por él mismo.
1 – Mi rockola interior se disparó
Prácticamente todos oímos música dentro de nuestras cabezas. Al comienzo de este experimento yo me sentí inundado de imaginería musical.
En inglés, a las melodías repetitivas que se quedan “pegadas” en el cerebro se les llama “earworms” (parásitos de oído), y las mías son una mezcla estrafalaria que incluye el tema de la película “Airplane!” (“¡Aterriza como puedas!”), Eine kleine Nachtmusik (pequeña serenata nocturna) de Mozart y fragmentos de la música de saxofón que suelo tocar.
Este bombardeo interior de melodías pegadizas se mantuvo durante los primeros días del ayuno y luego se calmó gradualmente hasta estabilizarse en algo más normal.
Victoria Williamson, experta en psicología de la música de la Universidad de Sheffield, Reino Unido, me contó que algunas personas que hacen retiros de silencio tienen una reacción similar.
Victoria Williamson, experta en psicología de la música de la Universidad de Sheffield, Reino Unido, me contó que algunas personas que hacen retiros de silencio tienen una reacción similar.
Cuando eliminé la música de mi vida, mi cerebro lo compensó creando una imaginería musical excesiva.
2 – Deseaba desesperadamente tararear y cantar
Durante los primeros días, tuve que esforzarme para no cantar mi música interior, especialmente con semejante remolino de melodías en mi cabeza.
Mientras andaba en bicicleta por Salford o hacía cosas en casa, mientras escribía en mi oficina… A lo largo del día estaba desesperado por externalizar el sonido.
En un momento en que dejé escapar unas notas accidentalmente, también percibí cuánto más placentero era que sólo imaginar la melodía en mi cabeza.
Boris Kleber y sus colegas han investigado la diferencia entre el canto imaginado y el manifiesto.
Para ello le pidieron a cantantes clásicos que interpretaran la primera línea del aria de bel canto “Caro Mio Ben” de Tommaso Giordani en un tomógrafo.
Y observaron varias diferencias en las áreas del cerebro que se activaban dependiendo de si los sujetos imaginaban o realmente cantaban la canción.
Mi sospecha es que esas pocas notas vocalizadas me parecieron más agradables porque el estímulo musical es más potente al involucrar más partes del cuerpo.
3 – Hay gente a la que no le gusta la música
Después de una semana sin música comencé a sentirme muy cansado y aburrido.
La razón podría ser que me estaba perdiendo la capacidad que tiene la música para estimular los centros cerebrales de placer.
La razón podría ser que me estaba perdiendo la capacidad que tiene la música para estimular los centros cerebrales de placer.
Hay personas, sin embargo, que no parecen sentir el mismo efecto cuando escuchan una melodía, aunque puedan oírla y percibirla perfectamente.
Un estudio de la Universidad de Barcelona publicado el año pasado llegó a la conclusión de que hay gente que no disfruta de la música.
Los investigadores le pusieron un nombre a esta condición: anhedonia musical.
En una parte del estudio los científicos les hicieron oír piezas musicales a los participantes y en otra los hicieron jugar un juego que tenía recompensas económicas.
Así observaron que las personas con anhedonia musical obtenían placer del juego pero no de la música, lo que indica diferencias en la forma en que se accede a los centros del placer del cerebro en comparación con la mayoría de la gente.
4 – La única forma de evitarla del todo es ser un ermitaño
Es imposible evitar la música por completo y llevar una vida normal.
Durante mi ayuno escuché por todas partes fragmentos de canciones que se colaban desde los auriculares de las personas que me cruzaba en la calle, de la música que salía de las tiendas y del sonido distante de mis hijos practicando sus instrumentos.
Los tapones de oídos pueden detener algo del sonido, no son del todo efectivos cuando la música suena demasiado fuerte.
Para resolver este problema llevo en mi reproductor de mp3 una grabación de ruido estruendoso. Este sonido es muy eficaz si se oye con auriculares internos.
Pero la única manera de no escuchar ni el más mínimo fragmento de música sería oír este ruido todo el día, algo que imita de forma alarmante las técnicas de privación sensoriales por las que la CIA ha sido cuestionada.
Así que si alguien quiere hacer un experimento que incluya no escuchar nada de música, deberá encontrar un remoto espacio de reclusión y desconectarse de toda la tecnología.
5 – La música es tan ubicua que se ignora fácilmente
He entrado en cafés y en áreas de recepción de distintas oficinas y a veces me ha tomado varios minutos notar que sonaba música.
No tenemos párpados en los oídos y no hay un equivalente auditivo a apartar la mirada.
Nuestro sistema auditivo está constantemente recogiendo sonidos y nuestro cerebro tiene que decidir cuáles son importantes y merecen atención y cuáles pueden ser ignorados sin peligro.
Algo ruidoso y abrupto, como el chillido de los frenos de un automóvil, capta la atención inmediatamente para que podamos luchar o huir.
Cuando escuchamos algo menos amenazante, como un sutil fondo musical, nuestro cerebro decide si deberíamos percibirlo de forma consciente o no.
A menudo la música suena tan baja en los lugares públicos que si yo estaba concentrado en otra cosa –como en qué sándwich comprar en un café– mi cerebro no la registraba.
Cuando me daba cuenta, tenía que irme a toda velocidad.
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