191101231206 LAS DIFERENCIAS ENTRE FRANCO, HITLER Y MUSSOLINI ~ .

domingo, 11 de septiembre de 2016

LAS DIFERENCIAS ENTRE FRANCO, HITLER Y MUSSOLINI

 Por: Carlos Fernández Rodríguez


LAS DIFERENCIAS ENTRE FRANCO, HITLER Y MUSSOLINI
Se lee hasta la saciedad que Franco, Hitler y Mussolini eran lo mismo, «fascistas», cuando en realidad eran tan diferentes uno del otro como lo podían ser los propios Churchill, Stalin y Roosevelt.
Bajo la común superficie de “fascista”, Franco difería mucho de Hitler y Mussolini, empezando por la personalidad, el carácter y la propia biografía.
El alemán y el italiano eran revolucionarios, líderes de masas surgidos de las capas populares, y rebeldes no solo contra la amenaza comunista, sino contra los gobiernos, formas y convenciones sociales de su época.
Mussolini era una mezcolanza de ideas absurdas que integraban ideología socialista (Mussolini fue inicialmente pacifista), totalitaria y fascista. Impregnó su movimiento de ese aire latino tan dotado para la comedia y las operetas. Su propia vida fue una comedia con rasgos de tragedia griega. Pasó de ordenado padre de familia a mujeriego con amantes y hijos ilegítimos, de monárquico tras la marcha sobre Roma a Republicano en la RSI, de antinazi en 1938 a aliado en el 41, de representar una figura estoica tal como la de los emperadores Romanos, a escapar vestido de soldado alemán en un camión de la Whermach. En fin, un despropósito constante.
En su favor hay que decir que tuvo un gran apoyo popular, y que fue muy poco sanguinario.
Franco en cambio era contrarrevolucionario y antimarxista. Militar de carrera, de tendencias conservadoras y tradicionalistas, había servido con la misma profesionalidad al régimen liberal de la Restauración, a la dictadura de Primo de Rivera y a la República. Tuvo una vida personal estable y discreta.
Mussolini tenía un estilo teatral, grandilocuente, incluso en el trato directo. El estilo hitleriano era mucho más violento y agresivo. Nada más lejos, en ambos casos, del de Franco. El carácter de este podría quedar descrito, en parte, por dos embajadores, el británico Samuel Hoare y el useño Carlton Hayes. El primero le cobró inmediata antipatía (probablemente recíproca): “Su voz era muy distinta de los incontrolados y desapacibles gritos de Hitler o de los modulados y teatrales bajos de Mussolini. Era la voz de un médico de cabecera, con buenos modales (…) Me llevó a pensar cómo pudo llegar a ser el joven y brillante oficial en Marruecos y luego el comandante en jefe de una salvaje guerra civil”. Hoare, a quien exasperaban la voz y la calma de Franco, tasó a este de “personalidad nada impresionante” y “de origen judío”.
Aunque los dictadores alemán e italiano no eran propiamente militares, amaban el estilo militar y podían llamarse adecuadamente militaristas (Mussolini en un plano más bien retórico); pero el adjetivo no cuadra bien al militar Franco. Éste nunca pretendió militarizar la sociedad, y salvo en momentos especiales no dedicó al ejército grandes presupuestos, ni sueldos.
Los tres llegaron al poder bajo la presión de amenazas marxistas, pero hay gran distancia en el modo de alcanzarlo. Mussolini y Hitler sostuvieron unos años de lucha política subrayada por cierta violencia y finalmente accedieron al gobierno de forma pacífica y conforme a las normas demoliberales, aunque después las trastocasen por completo. Franco alcanzó el poder tras una dura y azarosa guerra civil.
Fueron circunstancias ajenas a él las que le empujaron a sublevarse y convertirse en Caudillo, mientras que el Duce y el Führer, subversivos desde el principio, trabajaron sin tregua por crear las circunstancias que les llevaran al poder.
Aquellos necesitaban y estimulaban la agitación de masas y los grandes espectáculos políticos, métodos que el Caudillo utilizó poco en comparación.
El italiano y el alemán crearon sus propios partidos e ideologías, con los que procuraron monopolizar el estado, mientras que el español unificó partidos preexistentes en el Movimiento Nacional, al cual solo otorgó parcelas del poder.
Disfrutaron los tres dictadores de una popularidad dirigida, pero indudable. El fascismo proporcionó a Italia estabilidad y cierta prosperidad, después de los tumultos anteriores, y sus mayores enemigos fueron los comunistas; por ello Mussolini pudo recibir elogios encendidos de personas tan diferentes como Churchill o Gandhi. Los éxitos económicos hitlerianos, apoyados en una política autárquica, fueron aún más espectaculares en solo seis años, mientras la depresión hacía estragos en casi todo el resto del mundo.
Aparte de la economía, la popularidad de ambos dictadores descansó en dos pilares: haber acabado con la inestabilidad social y las luchas de partidos, y haber devuelto el orgullo –hasta una extrema arrogancia en el caso alemán—a unos pueblos antes desmoralizados. El propio Churchill deseó alguna vez para Inglaterra, en caso de derrota, un líder tan indomable como Hitler, que la sacara del abatimiento.
El Caudillo, en los años 40, no podía exhibir otra baza que haber vencido a la revolución, pero esperaba aplicar –en parte haciendo de necesidad virtud— la economía autárquica que tan bien parecía funcionar en Alemania.
Elemento diferenciador muy relevante fue el religioso. Hitler y Mussolini aceptaban las iglesias, católica o protestantes, como algo con lo era inevitable contar, pero no se identificaban con ellas. Los fascismos, con su fondo panteísta o paganoide, incluso ateo, armonizaban mal con el cristianismo. Franco, en cambio, era católico devoto, hasta el punto de que en sus escasas notas sobre la guerra civil atribuye el mérito más a la providencia que a sus medidas. Y, como hemos visto, calificó a su régimen de católico. Aunque se sintiera unido políticamente a quienes le habían ayudado contra los rojos, los tonos anticristianos del fascismo le alejaban de éste.
Los dictadores italiano y alemán se consideraban grandes pensadores, y originales en sus planteamientos. Franco nunca se tuvo por intelectual y su orientación era puramente tradicional y conservadora. De ahí que tomara como propio el ideario de Falange española, eliminando la parte revolucionaria de ésta.
El hitlerismo se fundaba en el racismo, interpretando la teoría de Darwin y la filosofía de Nietzsche. El racismo influía mucho en Occidente como explicación “científica” de la superioridad cultural, económica y militar adquirida por la raza blanca en los últimos siglos. Hitler soñaba con conquistar para Alemania un magno “espacio vital” (lebensraum) a costa de Rusia y otros países eslavos poblados por “infrahombres”. Los hebreos constituían el enemigo más artero y peligroso, corruptor de las virtudes arias y minador de su fuerza. Los nazis los hostigaron para obligarles a emigrar y finalmente para exterminarlos.
Desde luego, ni Mussolini ni Franco, dirigentes de países culturalmente latinos, compartían tales ideas.
Finalmente incluso en la muerte se diferenciaron de manera palpable. Hitler y Mussolini con muertes violentas, y con sus países destruidos. Franco moría de anciano, y con el país en una situación social y económicamente destacable, tras haber sufrido el país la mayor transformación de su Historia, en la que se solucionaron en buena medida los problemas arrastrados desde el siglo XIX: las profundas diferencias sociales, y las profundas diferencias regionales.

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