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martes, 13 de septiembre de 2016

Tarazona y el tesoro de Gomez

Tarazona y el tesoro de Gomez

En el centro Gomez atras el indio Tarazona
Eloy Tarazona (Enciso?, Colombia1880 – Caracas1953), Figura militar identificada como personal de confianza del general Juan Vicente Gómez, de quien fue escolta permanente, y jefe de su guardia personal. Se le conoció con el apodo de «El indio Tarazona».Participó en la Revolución Liberal Restauradora como oficial del batallón Junín (1899). El personaje de Tarazona está rodeado de un halo misterioso en torno al cual se han tejido diversas historias entre las que figuran el hecho que debido a su lealtad dormía atravesado en la puerta del dormitorio de su jefe; su permanente estado mental de alerta; su atribuida crueldad; la carencia de familiares conocidos; así como las condiciones personales que le permitían el acceso a la intimidad más absoluta de un hombre tan hermético como Gómez.

Biografía

Se desconoce con exactitud la fecha y el lugar de su nacimiento, pero algunas fuentes apuntan a que nació en Enciso, una aldea del departamento de Boyacá (Colombia), uniéndose al general Gómez durante su exilio en Cúcuta (1892-1899); sin embargo, para otros nació en el fundo La MuleraTáchira y pertenecía al clan de don Pedro Cornelio Gómez, padre de Juan Vicente Gómez.1
Aunque se le califica como analfabeta, es lógico suponer que tenía conocimientos básicos para la conducción de los negocios y haciendas que se le confiaban y parece poco probable que no pudiera leer o dar una orden escrita.1 Para 1923 ya tiene el grado de coronel. Fue el primer oficial que conoció del asesinato de Juan Crisóstomo, «Juancho Gómez»; y se atribuyó participación activa en las torturas que presidieron toda la investigación del hecho.

Post-Gómez

La leyenda de Tarazona se acentuó tras la muerte de Goméz, debido a la suposición de que estaba en conocimiento del sitio donde éste había ocultado un tesoro (un baul lleno de morocotas de oro). El 15 de diciembre de 1935, dos días antes de la muerte de Juan Vicente Gómez fue apresado en Maracay, por orden del general Eleazar López Contreras para evitar que, de acuerdo con el general Eustoquio Gómez, tratara de alzar la guarnición de esta ciudad. No obstante, al poco tiempo fue liberado y pasó aColombia, de donde regresó unos años después, bajo engaño, para caer preso de nuevo; esta vez por el asunto del tesoro de Gómez. Fue interrogado muchas veces sobre ese particular, llegándose hasta realizar experimentos de hipnotismo (por parte del médium español «Fassman»), con permiso o interés de las más diversas personalidades políticas y militares de la época.1 Finalmente, murió de inanición en la cárcel del Obispo, en Caracas, sin haber revelado el presunto secreto que supuestamente guardaba.
 Leyenda
        El indio Tarazona o Tarazona, personaje que  estuvo  rodeado de un halo misterioso en torno al cual se han tejido diversas historias entre las que figuran el hecho que debido a su lealtad dormía atravesado en la puerta del dormitorio de su jefe y probaba los alimentos para evitar el posible envenenamiento de gomez; su permanente estado mental de alerta,  su atribuida crueldad, la carencia de familiares conocidos, así como las condiciones personales que le permitían el acceso a la intimidad más absoluta de un hombre tan hermético como Gómez.  Su conducta atrabiliaria lo convirtió en leyenda negra en Turiamo,  quien simboliza el prototipo de  lo  malvado.
El supuesto tesoro jamas fue encontrado.

domingo, 11 de septiembre de 2016

Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España por la Gracia de Dios

Francisco Franco Bahamonde

(El Ferrol, 1892 - Madrid, 1975) Militar y dictador español. Tras participar en el fallido golpe de Estado del 18 de julio de 1936 y liderar la victoria de las fuerzas sublevadas contra la Segunda República en la subsiguiente Guerra Civil (1936-1939), instauró una dictadura con reminiscencias fascistoides que perduró hasta su muerte y que daría nombre a todo un periodo de la historia moderna de España: el franquismo (1939-1975).

Francisco Franco
Nacido en una familia de clase media de tradición marinera, Francisco Franco eligió la carrera militar, terminando en 1910 sus estudios en la Academia de Infantería de Toledo. Ascendió rápidamente en el escalafón por méritos de guerra, aprovechando la situación bélica de Marruecos, en donde permaneció destinado entre 1912 y 1926, con breves interrupciones: en 1923 era ya jefe de la Legión, y en 1926 se convirtió en el general más joven de Europa.
La brillante carrera de Francisco Franco continuó bajo distintos regímenes políticos: con la dictadura de Miguel Primo de Rivera (1923-1930) llegó a dirigir la Academia General Militar de Zaragoza (1928); con la Segunda República (1931-1936) participó en la represión de la Revolución de Asturias (1934), fue comandante en jefe del ejército español en Marruecos (1935) y jefe del Estado Mayor Central (1936). El gobierno del Frente Popular lo alejó a la Comandancia de Canarias, puesto que ocupaba al estallar la Guerra Civil española.
De ideas conservadoras, Franco valoraba sobre todo el orden y la autoridad. Desconfiaba del régimen parlamentario, del liberalismo y de la democracia, a los que creía causantes de la «decadencia» de España en el siglo XX; su postura era representativa del grupo de militares «africanistas» que veían en el ejército la quintaesencia del patriotismo y la garantía de la unidad nacional.
Por tales razones Franco se sumó, aunque a última hora, a la conspiración preparada por varios militares para sublevarse contra la República en julio de 1936. El «Alzamiento Nacional» (eufemismo propagandístico con el que los generales insurgentes bautizaron el golpe de Estado) comenzó el día 17 de julio en la península y el 18 de julio en África, donde se hallaba Franco, razón por la que el régimen identificó más tarde esta última fecha como su momento fundacional.

Francisco Franco
El fracaso de la tentativa golpista en la capital y en buena parte del territorio nacional dio lugar a la Guerra Civil española, que duraría tres años (1936-1939) y llevaría a Franco al poder. Tras pasar el estrecho de Gibraltar al frente del ejército de África, Franco avanzó por la península hacia el norte. El 1 de octubre de 1936, sus compañeros de armas, reunidos en una Junta de Defensa Nacional en Burgos, le eligieron jefe político y militar del bando sublevado.
Franco dirigió la guerra con criterios conservadores, muy alejados de la guerra rápida que propugnaban las doctrinas estratégicas modernas. La unidad impuesta en su bando contrastaba con los enfrentamientos que desangraban al bando leal a la República; la disciplina y la profesionalidad de sus fuerzas, con la politización y el voluntarismo de los milicianos republicanos. La ayuda militar que prestaron la Alemania nazi y la Italia fascista también contribuyó a la victoria final de Franco (1 de abril de 1939).
Terminada la Guerra Civil, Franco impuso en España un régimen de nuevo cuño, inicialmente alineado con los fascismos de Hitler y Mussolini, que eran sus aliados e inspiradores. A pesar de ello, no comprometió del todo a España en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), pues, dada la debilidad en que se encontraba el país, no consiguió de Hitler las desmesuradas compensaciones que pretendía por su apoyo (entrevista de Hendaya); tan sólo envió tropas voluntarias a combatir junto a los alemanes contra la Unión Soviética (la División Azul). Finalizada la conflagración mundial con la derrota de las fuerzas del Eje, aliadas de Franco, su régimen sufrió un cierto aislamiento diplomático, pero consiguió sostenerse, rentabilizando su anticomunismo radical en el contexto de la «guerra fría».

LAS DIFERENCIAS ENTRE FRANCO, HITLER Y MUSSOLINI

 Por: Carlos Fernández Rodríguez


LAS DIFERENCIAS ENTRE FRANCO, HITLER Y MUSSOLINI
Se lee hasta la saciedad que Franco, Hitler y Mussolini eran lo mismo, «fascistas», cuando en realidad eran tan diferentes uno del otro como lo podían ser los propios Churchill, Stalin y Roosevelt.
Bajo la común superficie de “fascista”, Franco difería mucho de Hitler y Mussolini, empezando por la personalidad, el carácter y la propia biografía.
El alemán y el italiano eran revolucionarios, líderes de masas surgidos de las capas populares, y rebeldes no solo contra la amenaza comunista, sino contra los gobiernos, formas y convenciones sociales de su época.
Mussolini era una mezcolanza de ideas absurdas que integraban ideología socialista (Mussolini fue inicialmente pacifista), totalitaria y fascista. Impregnó su movimiento de ese aire latino tan dotado para la comedia y las operetas. Su propia vida fue una comedia con rasgos de tragedia griega. Pasó de ordenado padre de familia a mujeriego con amantes y hijos ilegítimos, de monárquico tras la marcha sobre Roma a Republicano en la RSI, de antinazi en 1938 a aliado en el 41, de representar una figura estoica tal como la de los emperadores Romanos, a escapar vestido de soldado alemán en un camión de la Whermach. En fin, un despropósito constante.
En su favor hay que decir que tuvo un gran apoyo popular, y que fue muy poco sanguinario.
Franco en cambio era contrarrevolucionario y antimarxista. Militar de carrera, de tendencias conservadoras y tradicionalistas, había servido con la misma profesionalidad al régimen liberal de la Restauración, a la dictadura de Primo de Rivera y a la República. Tuvo una vida personal estable y discreta.
Mussolini tenía un estilo teatral, grandilocuente, incluso en el trato directo. El estilo hitleriano era mucho más violento y agresivo. Nada más lejos, en ambos casos, del de Franco. El carácter de este podría quedar descrito, en parte, por dos embajadores, el británico Samuel Hoare y el useño Carlton Hayes. El primero le cobró inmediata antipatía (probablemente recíproca): “Su voz era muy distinta de los incontrolados y desapacibles gritos de Hitler o de los modulados y teatrales bajos de Mussolini. Era la voz de un médico de cabecera, con buenos modales (…) Me llevó a pensar cómo pudo llegar a ser el joven y brillante oficial en Marruecos y luego el comandante en jefe de una salvaje guerra civil”. Hoare, a quien exasperaban la voz y la calma de Franco, tasó a este de “personalidad nada impresionante” y “de origen judío”.
Aunque los dictadores alemán e italiano no eran propiamente militares, amaban el estilo militar y podían llamarse adecuadamente militaristas (Mussolini en un plano más bien retórico); pero el adjetivo no cuadra bien al militar Franco. Éste nunca pretendió militarizar la sociedad, y salvo en momentos especiales no dedicó al ejército grandes presupuestos, ni sueldos.
Los tres llegaron al poder bajo la presión de amenazas marxistas, pero hay gran distancia en el modo de alcanzarlo. Mussolini y Hitler sostuvieron unos años de lucha política subrayada por cierta violencia y finalmente accedieron al gobierno de forma pacífica y conforme a las normas demoliberales, aunque después las trastocasen por completo. Franco alcanzó el poder tras una dura y azarosa guerra civil.
Fueron circunstancias ajenas a él las que le empujaron a sublevarse y convertirse en Caudillo, mientras que el Duce y el Führer, subversivos desde el principio, trabajaron sin tregua por crear las circunstancias que les llevaran al poder.
Aquellos necesitaban y estimulaban la agitación de masas y los grandes espectáculos políticos, métodos que el Caudillo utilizó poco en comparación.
El italiano y el alemán crearon sus propios partidos e ideologías, con los que procuraron monopolizar el estado, mientras que el español unificó partidos preexistentes en el Movimiento Nacional, al cual solo otorgó parcelas del poder.
Disfrutaron los tres dictadores de una popularidad dirigida, pero indudable. El fascismo proporcionó a Italia estabilidad y cierta prosperidad, después de los tumultos anteriores, y sus mayores enemigos fueron los comunistas; por ello Mussolini pudo recibir elogios encendidos de personas tan diferentes como Churchill o Gandhi. Los éxitos económicos hitlerianos, apoyados en una política autárquica, fueron aún más espectaculares en solo seis años, mientras la depresión hacía estragos en casi todo el resto del mundo.
Aparte de la economía, la popularidad de ambos dictadores descansó en dos pilares: haber acabado con la inestabilidad social y las luchas de partidos, y haber devuelto el orgullo –hasta una extrema arrogancia en el caso alemán—a unos pueblos antes desmoralizados. El propio Churchill deseó alguna vez para Inglaterra, en caso de derrota, un líder tan indomable como Hitler, que la sacara del abatimiento.
El Caudillo, en los años 40, no podía exhibir otra baza que haber vencido a la revolución, pero esperaba aplicar –en parte haciendo de necesidad virtud— la economía autárquica que tan bien parecía funcionar en Alemania.
Elemento diferenciador muy relevante fue el religioso. Hitler y Mussolini aceptaban las iglesias, católica o protestantes, como algo con lo era inevitable contar, pero no se identificaban con ellas. Los fascismos, con su fondo panteísta o paganoide, incluso ateo, armonizaban mal con el cristianismo. Franco, en cambio, era católico devoto, hasta el punto de que en sus escasas notas sobre la guerra civil atribuye el mérito más a la providencia que a sus medidas. Y, como hemos visto, calificó a su régimen de católico. Aunque se sintiera unido políticamente a quienes le habían ayudado contra los rojos, los tonos anticristianos del fascismo le alejaban de éste.
Los dictadores italiano y alemán se consideraban grandes pensadores, y originales en sus planteamientos. Franco nunca se tuvo por intelectual y su orientación era puramente tradicional y conservadora. De ahí que tomara como propio el ideario de Falange española, eliminando la parte revolucionaria de ésta.
El hitlerismo se fundaba en el racismo, interpretando la teoría de Darwin y la filosofía de Nietzsche. El racismo influía mucho en Occidente como explicación “científica” de la superioridad cultural, económica y militar adquirida por la raza blanca en los últimos siglos. Hitler soñaba con conquistar para Alemania un magno “espacio vital” (lebensraum) a costa de Rusia y otros países eslavos poblados por “infrahombres”. Los hebreos constituían el enemigo más artero y peligroso, corruptor de las virtudes arias y minador de su fuerza. Los nazis los hostigaron para obligarles a emigrar y finalmente para exterminarlos.
Desde luego, ni Mussolini ni Franco, dirigentes de países culturalmente latinos, compartían tales ideas.
Finalmente incluso en la muerte se diferenciaron de manera palpable. Hitler y Mussolini con muertes violentas, y con sus países destruidos. Franco moría de anciano, y con el país en una situación social y económicamente destacable, tras haber sufrido el país la mayor transformación de su Historia, en la que se solucionaron en buena medida los problemas arrastrados desde el siglo XIX: las profundas diferencias sociales, y las profundas diferencias regionales.