Todavía olorosos a pólvora, se encuentran Cipriano Castro, y su Compadre Juan Vicente Gómez, junto a los hombres que hacia pocas horas, habían librado la batalla de Tocuyito, la cual le abrió las puertas de Valencia.
Esta gesta se libró entre el 14 y el 15 de septiembre de 1899, cerca del pueblo de Tocuyito. Cinco horas duró el combate. Más de 500 muertos generó el enfrentamiento, entre ellos Miguelón, uno de los mejores soldados de la Revolución Liberal Restauradora, el puente que tendió Castro para abrazar el poder central.
De ahí en adelante los pasos estaban contados para que lograra el objetivo que lo obsesionaba. El 23 de octubre de ese mismo año debió alcanzar el clímax político al asomarse al balcón principal de la Casa Amarilla para ser aclamado por el pueblo caraqueño como el nuevo mandatario nacional.
Mariano Picón Salas escribió que la figura violenta, contradictoria, alternativamente libertina y heroica de Cipriano Castro contribuye a darle bizarro color y casi epiléptico impulso a la historia venezolana de los primeros años del 900.
No me atrevo a decir -sostiene Picón- que sea uno de aquellos personajes que Plutarco hubiera querido incorporar entre sus arquetipos, y agrega que su personalidad marca, más bien, una hora de crisis de Venezuela.
“Es el último gran guerrero brotado con toda la fuerza del monte y con una retórica que tiene, asimismo, la viciosa proliferación de nuestros bejucos tropicales. Pero con todos sus defectos, victimario y víctima de una sociedad a la que la pobreza y aventura informe del país en aquellos años debió tornar demasiado cínica, sabe levantarse a la suma energía cuando la tierra venezolana es amenazada por potencias extranjeras, los cañones del káiser alemán apuntan contra nuestras desguarnecidas fortalezas coloniales y un violento derecho a la explotación de Venezuela lo están disputados los fenicios de toda parte”.
Y ya en los últimos años de El Cabito en Puerto Rico, el crítico y periodista chileno Armando Donoso, lo describe muy pálido, casi un enano sobre sus piernecillas endebles, resaltando siempre la cabeza desmesurada, metido en un traje de alpaca azul que le sombrea más en enfermizamente el rostro.
“Castro, como despidiéndose de la vida, conjuga sólo el tiempo pasado. Se nutre de sus añoranzas de viejo. Por el cuello excesivamente angosto y el flácido pescuezo amarillento, parecen ya avanzar las manos de la muerte”.
Mientras ella llega, Cipriano piensa en voz alta:
“Yo podía haber hecho la felicidad de los venezolanos, pero mis compatriotas no me lo permitieron”.
Texto: Marlen Leal - © Crónica Visual del Táchira nro.3 municipios Capacho: Libertad – Independenica y Junín - 1999 Fototeca del Táchira - Venezuela
Fotografía: General Cipriano Castro, después de la batalla de Tocuyito. Colección Pedro Fressel Galaviz, vía el Pueblito Capacho.
Fotografía: General Cipriano Castro, después de la batalla de Tocuyito. Colección Pedro Fressel Galaviz, vía el Pueblito Capacho.
Cortesía: Fototeca del Táchira
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