191101231206 ¿Cómo educar hoy a nuestros hijos? ~ .

domingo, 16 de febrero de 2014

¿Cómo educar hoy a nuestros hijos?



Dr. Florenzo A Cuddé P

Para nadie es un secreto que una de las cuestiones que consideran los padres responsables, antes de serlo, es si podrán educar y mantener a sus hijos. Pues bien aunque son considerados al unísono, fácilmente entendemos que son cosas totalmente diferentes pero muy relacionadas.

    Por “mantener a los hijos” normalmente se entiende la satisfacción de sus necesidades corporales básicas como alimentación, vestido, techo y protección. Estos aspectos, aunque son muy interesantes, no serán objeto de esta conversación. Ahora bien, por “educar a los hijos”, conviene que nos pongamos de acuerdo ya que en la medida que logremos un mayor acuerdo entre las partes involucradas en la educación de los hijos en esa medida podremos empujar en la misma dirección y llegar a las metas deseadas. Pero, ¿de verdad hace falta estar de acuerdo en lo que por educación “entendemos” y “queremos”?  Seguramente la respuesta será afirmativa, y por razones obvias que voy a refrescar: La primera, para poder cooperar en vez de competir en el proceso de educación (los autores: padres-familia, profesores-escuela, hijos-amistades). La segunda razón, para saber lo que deben hacer los autores del proceso (en este caso los padres generalmente tienen una idea muy vaga o tácita que también conviene aclarar y perfeccionar) donde también se incluye lo que se debe evitar, y cómo hacerlo de la forma más conveniente para todos los actores del proceso. Sucede que a veces, partiendo del principio que debemos hacer siempre “lo mejor”, erramos porque se entiende por ello únicamente “lo más rápido, lo menos costoso, lo más placentero, lo más gracioso, lo más divertido, lo menos doloroso, etc”; y no consideramos como lo mejor, primero: lo más digno, o sea, lo que se ajusta a la persona humana singular que es fulanito o fulanita, a sus circunstancias personales, familiares, etc; lo más oportuno, es decir, en el momento más adecuado y bajo ciertas condiciones.

     En resumen podemos resaltar, hasta ahora, tres cosas importantes referentes a la educación de los hijos:
  1. la educación es un proceso (objetivo, tiempo, métodos, etc)
  2. participan unos autores (hijos, padres, familia, profesores, escuela, autoridades, medios, etc)
  3. los autores son personas.

     Y ¿qué importancia que tiene tener siempre presente que la educación es un proceso personal? Para responder a esta cuestión, debemos recordar lo que es la persona humana. Acudimos a una de las mentes más brillantes de la historia de la humanidad, santo Tomás de Aquino, quien decía recordando a su vez a Aristóteles: “la persona humana es un ser individual de naturaleza racional, libre y trascendente”. O sea, que al educar hay que saber que el objeto de ese proceso es un ser individual vivo, con inteligencia y libertad, y además con un espíritu que tiene un destino eterno, ya que el alma humana por ser espiritual es inmortal, en otras palabras, los humanos no somos simplemente animales superiores con más habilidades, y suerte, que los otros seres de la creación, porque no solo somos eso, sino que además tenemos un alma espiritual que subsiste después de la muerte del cuerpo, y que tiene un destino eterno (léase: ‘para siempre’), y que ese destino debe ser el encuentro definitivo con su Creador en el Cielo, o sea, la felicidad eterna.

     De todo esto deducimos que en el proceso de la educación hay que tener presentes:
1. Que se trata de nuestros hijos, que por ser personas, son potencialmente capaces de entender (según el grado de desarrollo, edad y escolaridad), son capaces de decidir ciertas cosas (no todas, más bien pocas por cierto), y además tienen el cielo por delante (como meta fina o definitiva), o sea el tiempo.
2. Si los hijos son personas humanas, es porque sus progenitores también lo son, y aunque parezca imposible, esto podría olvidarse en algunos momentos (a veces por demasiado tiempo), y entonces explicar que no se actúe de acuerdo a esta “dignidad de personas humanas”. Por eso, frecuentemente advertimos que muchas personas, y a veces, nosotros mismos, actuamos como verdaderos “animalitos”, y de paso, damos ejemplos de acciones que están muy lejos de lo que es digno de nuestra condición de personas humanas. Un ejemplo común ocurre en los colegios cuando los padres solo se preocupan por el ‘rendimiento académico’ de sus hijos y subestiman si hacen caso ‘a la primera’. El problema es que estos actos que “no educan” a las personas, no se quedan en “nada”, sino que dejan su huella en los hijos, y es entonces cuando se “maleducan”, y así tenemos niños que ‘saben muchas cosas’ pero les cuesta mucho hacer caso.

     Después de lo anteriormente expuesto, podemos afirmar, que “educar es el proceso mediante el cual la persona se hace más humana, conforme a su dignidad esencial”. Por esto no es igual tener una “buena educación”, a tener un mayor nivel instruccional o de escolaridad”, ya que precisamente por eso, podemos ver en nuestra sociedad a personas que a pesar de ser doctores universitarios se comportan como verdaderos cavernícolas, por no ofender a los animales. Ellos “recibieron mucha instrucción, pero se educaron poco”. Es lo que ha ocurrido, por ejemplo, con esos profesionales corruptos que tanto abundan. ¿Queremos que nuestros hijos sean así?

     La cuestión no es simplemente responder a esta pregunta, sino pensar en estas otras: ¿será posible alcanzar la felicidad eterna sin educación?, o ¿bastará la instrucción académica, o el éxito profesional o económico que se derive de esta, para ser auténticamente felices?

    Yo considero que por estas razones, hoy en día, la educación debe ser entendida como un proceso que humaniza a las personas, un “proceso que hace a la persona más hábil para encontrar la felicidad”, y para ello primero se necesita satisfacer ciertas necesidades materiales básicas, y en la medida en que va desarrollándose y manifestando sus potencialidades humanas necesita satisfacer esas necesidades que sobrepasan la esfera de lo material, y comprende lo espiritual, o sea lo afectivo, lo intelectual, lo religioso, etc. Cabe advertir que al verbalizarlo de este modo, se entiende como una especie de secuencia temporal, pero por favor, entendamos que son elementos integrales que se deben dar casi en paralelo.

     Antes de continuar, vale la pena aclarar, respecto a la felicidad, que esta viene a ser como “el fin último” de la educación. Hoy por hoy, la “cultura de mercado” nos induce a asociar al hecho o aspiración de “ser felices” el “estar siempre sonrientes, jubilosos, disfrutando algo”, “estar sin preocupaciones”, “sin dolores”,  “sin molestias”, “alcanzar el éxito económico, social, etc”. Vivir sin fracasos, sin penas… en fin un paradigma o modelo de felicidad que ha sido llamado por analogía: “felicidad del animal sano”, que mientras tenga comida y salud, “todo va bien”: es feliz. Y todo lo que riña con esas circunstancias, pues sería contrario a la felicidad. Pues hay que decir que este modelo de felicidad, aparte de ser casi imposible de documentar por utópico, es falso porque no se acopla  a la verdadera naturaleza del hombre.  Vendría a ser como afirmar que “la felicidad es imposible para el hombre” y eso gracias a Dios no es cierto, sino todo lo contrario. Afortunadamente se puede ser feliz en medio de cualquier circunstancia de la vida humana sea agradable o desagradable, y no hay que estar muy entrado en años para darse cuenta que en la vida de las personas estas últimas circunstancias son harto comunes: “nunca faltan las sombras en los cuadros más hermosos”  diría el artista; esto es: nunca falta el sufrimiento y la adversidad en la vida de las personas. El dolor, los problemas y el sufrimiento humano son como la sal de la vida. Sin embargo, la cultura “hedonista” en que nos movemos actualmente nos trasmite que eso es totalmente contranatural, y por tanto “hay que evitarlas a todo costa y a todo costo”, por eso, es tan difícil aceptar para un hombre de hoy, y de ciudad, que la felicidad pueda ser posible en medio de la adversidad y la carencia de cosas. Para mí ha resultado un gran alivio descubrir que “si puedo ser feliz” pase lo que pase, esté donde esté”... pero   ¿cómo?

    Los padres no podemos dar a nuestros hijos lo que no tenemos. De esta afirmación, que gracias a Dios prácticamente nadie se atreve a rebatir, podemos sostener que debemos auto examinarnos de forma muy sincera, frecuente y humilde, para ver en qué medida poseemos ese bien que estamos tratando de trasmitir o enseñar a nuestros hijos. Muchas veces en nuestra sociedad las personas tienen más o menos claros en su mente ciertos valores, cosas que les parecen bien en teoría, sin embargo de allí a que en la práctica ellos mismos los vivan como virtudes de forma natural, hay un gran trecho que recorrer, y puede que se pretenda enseñar algo que se entiende pero que no se vive, y este tipo de actitudes, lamentablemente tan comunes, son una fuente inagotable de fracasos en la educación de los hijos, especialmente en familias de profesionales jóvenes. Por esta razón seguramente, me estáis leyendo o escuchando ahora: porque queréis mejorar personalmente para que vuestros hijos sean mejores también. Muchas veces uno debería concluir en algo como esto, por ejemplo: “Joseito, ¡vamos a tratar de ser más ordenados!”, en vez de decir “Joseito ¡tienes que ser más ordenado!”. Yo podría asegurar, que en muchas ocasiones, los padres sin darse cuenta, hacen lo contrario de lo que le tratan de enseñar a sus hijos. Típico ejemplo: cuando queremos que hablen en voz baja o que jueguen en silencio, y se lo decimos con gritos.


     Pues bien, como una de las principales fuentes de la educación es el ejemplo, vale la pena chequear frecuentemente si estamos dando buen ejemplo a nuestros hijos, no en general, porque seguramente así es (¡espero!), sino en aquello concreto que deseamos que aprendan, por ejemplo: Orden, Obediencia, Laboriosidad, Piedad, Sinceridad, Estudio, Alegría, etc…  ¡Nunca es demasiado tarde para aprender!

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