Bolívar llega a
Santa Rosa de Viterbo a principios de noviembre de 1814. Iba a Tunja a dar
cuenta al Congreso. A la sazón reunido en aquella ciudad, de los sucesos
prósperos y desgraciados que habían ocurrido durante la última campaña de
Venezuela. Su alma estaba acongojada, porque a las desgracias de su patria sé
unía la mala voluntad de sus amigos. El Libertador hizo su entrada a Santa Rosa
en la bestia cansada y no hallo medio para remontarla. Mal de su agrado tuvo
que esperar un día; pero como al siguiente era poco lo que la mula había
reparado sus fuerzas, resolvió desembarazarla de las alforjas y contratar un
peón para que las llevara y a la vez le sirviera de guía. El dueño de la posada
se le brindo para esta ocupación.
Durante el viaje, Bolívar que iba a paso cansado, traba
conversación con el guía. ¿Por qué no quisisteis alquilarme tu yegua? – Le
dijo.
-Señor, porque podría abortar. -Pero bien, yo te habría
dado el valor del potro. -¡Ah!, Es que usted no sabe. Ese potro... ese potro...
¿Qué? Acaba.
- Es que
mi mujer se ha soñado con que ese potro va a servir para un gran General, pero
muy grande. Ella dice que lo ha visto en un sueño.
- ¿Y cómo
lo pinta? Vamos cuéntame.
- Dice
que es chiquito y que no es blanco.
- ¡Malo!
Un General tal como se lo ha soñado tu mujer, por fuerza tiene que ser muy
grandote y muy blancote.
- Usted
se burla; pero sepa usted que a mi mujer nunca le fallan los sueños. Pregunte
en el pueblo y lo verá. Cuando señora Casilda lo dice, todo se cumple. En la
villa la llaman el oráculo, y aunque el señor Cura le titula la agorera.
- Bolívar
guarda silencio.
- Y bien continúa
el guía: ¿Usted no cree en sueños?
- Si que
creo: he vivido soñando y sigo soñando.
- ¿Y los
sueños de usted?
- ¡Sé
cumplirán!
El guía refería más tarde que los ojos de Bolívar, al
pronunciar tales palabras habían brillado con una luz que le infundió miedo. El
Presidente del Congreso, doctor Camilo Torres, al saber que se acercaba, le
envío un hermoso caballo, lujosamente enjaezado, que Bolívar no quiso aceptar.
Antes de recibir ningún presente, le contesto. Yo debo dar cuenta de mi
conducta en la misión que se me confío para Venezuela. El guía quedo aturdido y
más, cuando horas después el Libertador, al despedirlo, le dijo sonriendo: - A
Casilda que me guarde el potro.
Bolívar se presento en la barra del Congreso y explico su
conducta: no fue juzgada y el Presidente cerro el debate con estas hermosas
palabras: “General: vuestra patria no ha muerto mientras exista vuestra espada.
Con ella volveréis a rescatarla del dominio de sus opresores. El Congreso
Granadino os dará su protección porque está satisfecho de vuestro proceder.
Habéis sido un militar desgraciado, pero sois un grande hombre”. Vino después
la ocupación de Bogotá, la entrega en la costa del mando de las fuerzas de la
Unión; el viaje a Jamaica, la expedición a los Cayos, el regreso a Haití; el
viaje a Margarita, la guerra a muerte, el Congreso de Angostura y la campaña
sobre Nueva Granada. Bolívar había llegado al pie de la cordillera con la
División Anzoategui, compuesta por los batallones Rifles, Bravos de Paez,
Barcelona, Albion y los escuadrones del Alto Llano. Santander esperaba en
Casanare con la División de Vanguardia.
Un riguroso invierno nunca antes visto parecía contrariar
los propósitos de Bolívar, terribles lluvias, caños fuera de madre, pantanos,
ríos innavegables, muchas dificultades, para rematar subir la cordillera hasta
la nieve perpetua, con soldados sin las vestiduras apropiadas, cargados con
armas, municiones, víveres, sobrantes y equipajes. Andaban casi siempre a trote
para burlar a Murillo y todo esto para ir a combatir con la Tercera División
del ejército expedicionario, compuesto por 2000 hombres bien equipados, bien
armados y conocedores del terreno. Por fin aparece Bolívar en los valles de
Sogamoso y la Provincia de Tunja se conmueve a su favor. Barreiro le sale al
encuentro, a pesar del escarmiento, bastan para arrebatarle sus posiciones.
Pero ocurre lo del Pantano de Vargas. Apenas los republicanos habían pasado el
pequeño río Sogamoso, se presentaron las tropas realistas. Las de Bolívar
tuvieron que tomar algunas alturas que yacían al oriente. El coronel Barreiro
dispuso que varios cuerpos de su infantería tomasen las colinas más elevadas
que dominaban la posición de los republicanos.
En efecto, los realistas consiguieron sus designios,
después de una resistencia muy vigorosa. Atacando por derechas e izquierdas,
envolviendo casi del todo al ejército independiente. Sufría este un fuego
horroroso y se había encerrado en una profundidad sin más salida que un
desfiladero estrecho. Su destrucción parecía inevitable. Entre tanto los jefes
del Ejército rodean al héroe. El se reconcentra un momento para resolver entre
tirar por el desfiladero o atacar en las alturas. Una voz lo saco de su
meditación:
Mi general, aquí tiene su potro; se lo manda Casilda.
Bolívar mira con disgusto a aquel hombre que venía a
hablarle de cosas fuera del lugar; pero con su memoria para todo, reconoció a
su antiguo guía y se acordó del encargo que le había hecho para su mujer.
Tomando aquel incidente como un aviso del cielo, exclamo poniéndose en pie, con
el acento de la victoria:
- ¡A la
carga! ¡A la carga!
Y antes de que le hubieren ensillado aquel lindísimo
caballo, Rondón, Infante, Nonato Pérez, Carvajal, Mujica y Mellao a la cabeza
de los escuadrones, trepan irresistibles por aquellos cerros y restablecen la
batalla. Los realistas fueron desalojados de sus posiciones y se entregaron en Boyacá.
Aunque la historia no lo rece, la batalla que liberto a Nueva Granada del poder
peninsular fue la del Pantano de Vargas; Boyacá no es su nombre. Cuando Bolívar
regresa a Venezuela después de la ocupación de Bogotá, se detuvo en Santa Rosa
y visito a Casilda. Le dio las gracias por el Palomo. Un precioso animal,
blanco como un copo de nieve, firme eléctrico, mejor tallado que los de la raza
persa que de nada le sirvió a Napoleón en Waterloo.
Señora le dijo Bolívar al despedirse: ¿No ha tenido usted
otro sueño respecto de mí? Sus sueños son vaticinios y yo creo en ellos. – Sí,
señor, repuso la honrada posadera. Le he visto a usted en mi caballo entrar a
las ciudades después de las batallas. Bolívar fue a Carabobo y después entro a
Caracas, Bombona y luego a Quito: En Junio preparo a Ayacucho, y entro a Lima y
luego a La Paz. El Libertador estimaba a su “Palomo blanco” como a una parte de
su ser. El noble bruto lo reconocía desde lejos, al ruido de sus pasos, al timbre
de su voz, relinchaba, ponía en plumero la cola, piafaba, en fin, hacia mil
corbetas. Al montarlo temblaba de respeto. En 1826 Bolívar se preparaba para
regresar a Colombia, el Mariscal Santa Cruz, como recuerdo de afecto le exigió
a Palomo blanco. Bolívar vacila, pero no pudo negárselo. Otro día no más, el
caballo estuvo triste....... Murió muy pronto.
Después del Libertador nadie puede envanecerse de haber
cruzado la pierna sobre tan fiel caballo blanco.
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