Una de las consecuencias de las
tantas “revoluciones” que tuvo Venezuela a lo largo del siglo XIX, fue
el surgimiento de coroneles y generales que no tenían ninguna formación
académica, sino que estaban formados exclusivamente en los campos de batalla y
de manera muy rudimentaria; y que llegaron a tener alguna significación
política en el país. A este tipo de oficiales se les conocía despectivamente
con el apodo de “generales chopo’e piedra”, haciendo alusión a los
fusiles rudimentarios (llamados “chopos”) que usaban en sus alzamientos;
y como no tenían municiones verdaderas, usaban piedras pulidas como balas.
Juan Vicente Gómez, nacido en la hacienda de La Mulera (Estado Táchira,
Venezuela) en 1857 y muerto en Maracay (Estado Aragua, Venezuela) en 1935, fue
uno de esos generales chopo’e piedra formados en combates fratricidas. Sin embargo,
llegó a desarrollar una visión del arte de la guerra que bien se acercó a una
formación profesional.
Juan Vicente Gómez
Conozcamos un poco el historial militar de Gómez, haciendo énfasis en ciertos
acontecimientos para poder explicar su actuación.
Hasta 1892, Gómez sólo había sido un próspero hacendado en su estado natal,
dedicándose al comercio de ganado. Ese año de 1892, estalló un alzamiento
militar denominado “Revolución Legalista” encabezado por el General
Joaquín Crespo contra el entonces Presidente de la República, Dr. Raimundo
Andueza Palacio (quien reformó la Constitución para poder reelegirse). Debido a
que el movimiento tomó fuerza en la región de Los Andes (zona natal de Gómez),
el Presidente Andueza nombró Jefe de Operaciones del Ejército constitucional en
“las secciones Mérida y Táchira” al General Cipriano Castro, estrecho amigo de
Gómez.
Castro y Gómez en 1899
Castro lo nombró Comisario de Guerra del ejército constitucional, que a pesar del
agresivo título, no acarreaba responsabilidad militar alguna: era el encargado
de administrar los bienes y provisiones de las tropas en campaña. Castro,
entretanto, libró una exitosa campaña en contra de los revolucionarios,
derrotándolos varias veces. En la batalla de Colón, el 29 de marzo de 1892,
Castro derrotó a los revolucionarios al mando de Eliseo y Pedro Araujo. Gómez
participó directamente en el combate, y tanto fue su arrojo que el comandante
del batallón de línea, el General José M. González, lo ascendió a Coronel en el
campo de batalla.
A pesar del éxito de Castro sobre los revolucionarios, en el resto del país
éstos habían triunfado: Crespo derrocó a Andueza y tomó el poder. Por tanto,
tanto Castro como Gómez tuvieron que partir al exilio.
El tiempo para la venganza de Castro vendría siete años después, en mayo de
1899, cuando al mando de otra revolución, la “Liberal Restauradora”,
invadió el país desde Cúcuta (Colombia) y en pocos meses logró llegar hasta
Valencia (septiembre). Gómez apareció dentro del Estado Mayor de Castro como
Segundo Jefe y con el grado de General. La revolución triunfó, y el presidente
Ignacio Andrade huyó del país, asumiendo Castro como tal.
Tiempo después, luego de un breve periodo como Gobernador de su estado natal,
en 1901 Gómez es nombrado por Castro como Jefe del “Ejército Expedicionario
Liberal Restaurador”, que se encargaría de sofocar varias rebeliones de
generales que en principio habían apoyado a Castro. Gómez derrotó a los
revolucionarios en las zonas central y centro-occidental, obteniendo éxitos
sólidos hasta que Castro asumió personalmente el mando militar en 1902, en
pleno surgimiento de otra revolución: la “Libertadora”. La batalla de La
Victoria (12 al 17 de octubre de 1902) fue particularmente decisiva, puesto que
los revolucionarios habían rodeado a Castro en esa ciudad; pero disensiones
entre el mando insurrecto y la llegada, desde Caracas, de sucesivos trenes con
refuerzos y pertrechos enviados desde Caracas comandados por Gómez y los
generales Leopoldo Baptista y Eloy Santander, decidieron la batalla a favor de
las fuerzas gubernamentales.
Castro, de regreso en Caracas, decide enviar a Gómez nuevamente para sofocar
rebeliones en la zona de Guayana, culminando exitosamente en la batalla de
Ciudad Bolívar (28 de julio de 1903), donde Gómez sitió la ciudad por tierra y
por mar (la ciudad está a orillas del río Orinoco, muy mal vigilado por los
revolucionarios) y logró vencer al General Nicolás Rolando. Aun hoy, esta
batalla es considerada como el último acto bélico de guerra civil en Venezuela.
En resumen, Juan Vicente Gómez participó en veintisiete acciones de guerra;
esto, de acuerdo con la afirmación que el mismo Gómez hizo en una carta al
General José Manuel (El Mocho) Hernández, en 1911.
A medida que participaba en acciones bélicas, Gómez agudizó un sentido de hacer
la guerra con verdadera maestría, combinado con su propio carácter, llegando a
establecer unas máximas de cómo librar una campaña militar exitosa. En una
investigación hecha por uno de sus biógrafos, Tomás Polanco Alcántara, éste
encontró dos documentos donde, combinando las ideas expresadas en cada uno, se
puede trazar el pensamiento militar de Gómez: se trata de dos cartas, una
dirigida al Presidente del Estado Táchira en 1911 y otra dirigida en 1914 a
varios generales.
La síntesis de Polanco es interesante, y me permito citar lo expuesto por el
autor en su libro “Juan Vicente Gómez. Aproximación a una biografía”,
citando éste a su vez, entre comillas, las frases del propio Gómez:
El primer criterio es la unidad de
mando en la acción, es decir que ella no signifique emulación entre los Jefes
que actúen sino “un solo deseo, una sola voluntad” traducida en “unión
constante y firme” entre los Jefes.
Enseguida “disciplina, actividad y valor”, calificadas como “virtudes
tan necesarias en la guerra”.
Supuesto lo anterior se dan dos modalidades importantes: una la de conocer la
posición del enemigo mediante “espionajes activos e inteligentes” que
den cuenta verídica de los sitios en donde se halla ese enemigo; la otra “reserva
y discreción” que son “el secreto de todos los éxitos” y que obligan
a mantener la reserva de todos los movimientos “para que nadie se entere de
ellos”.
Esos elementos permiten “apercibirse de todos los planes del enemigo para no
dejarse sorprender” y sí poder sorprenderlo para darle “un golpe
decisivo”. “Los éxitos más seguros en el combate son las sorpresas”
y como condición esencial de esa labor cuidar, vigilar y reparar tanto las
líneas telegráficas como las telefónicas para asegurar las comunicaciones.
El ataque al enemigo, suponiendo esos elementos previos, no debe ser hecho por
un batallón, que nunca debe entrar a pelear, sino por “una compañía dividida
en tres cuerpos”: “por el centro, por la derecha y por la izquierda,
cargando siempre por el más débil y al ceder un poco redoblar el empuje”.
Una compañía es “más fácil de acomodar y cuidar que un batallón” y así siempre “habrá dos de reserva”.
La tropa debe actuar “por guerrillas”, separados los soldados unos de
los otros y “observándolos a ver si disparan con la debida puntería tal como
yo lo he ordenado en las lecciones”. Los jefes “deben cuidarse para que
puedan dirigir sus operaciones con precisión y acierto” y lo mismo “deben
cuidar a cada jefe de batallón”.
En la pelea hay que procurar que el enemigo “bote el parque” (dispare
inútilmente) y que las propias tropas no lo hagan y para lograr esa finalidad
dos buenos oficiales deben vigilar a cada diez hombres.
Cuando el enemigo quede derrotado “hay que
perseguirlo sin descanso día y noche”
hasta destruir o capturar sus fuerzas, es decir, “aprovechar los resultados
sin pérdida de tiempo”.
Ese, decía Gómez, era el “mecanismo guerrero que utilizo con éxito y que si
ustedes proceden de acuerdo con estas anotaciones el triunfo de nuestras armas
no se hará esperar”.
Visto este análisis hecho por Polanco, y atreviéndome a hacer una clasificación
numérica de la exposición, el arte de la guerra según Gómez se componía de los
siguientes criterios, en este orden:
1. Mando unificado: cuando Gómez hablaba de “un solo deseo, una sola voluntad”. Resulta parecido a lo planteado por los
prusianos, en el sentido de tener un Estado Mayor General que dirija a las
tropas, y que los comandantes tengan cierta autonomía pero siempre fieles a la
autoridad central.
2. Reafirmación de valores: esto es, hablando en cristiano, reforzar la
moral de las tropas con buenos ejemplos de “disciplina, actividad y valor”.
Es curioso notar que Gómez pusiese en primer lugar la disciplina; quizá
comprendía que era lo primordial para poder conseguir una tropa bien entrenada.
3. Servicios de Inteligencia y Contrainteligencia: Gómez siempre usó una
red de información que le fue útil, incluso para asegurarse en el poder.
4. Factor sorpresa: hay algo que Gómez dice que resulta cierto: “Los
éxitos más seguros en el combate son las sorpresas”. Y más cuando su cuenta
con servicios de inteligencia muy buenos.
5. Uso de la tecnología: el teléfono era una novedad en Venezuela, y el
telégrafo estaba un poco más extendido pero en algunas zonas era inaccesible.
Sin embargo, Gómez, para emplear su red de inteligencia, utilizó estos novedosos
artefactos (sobre todo el telégrafo, haciendo que las líneas llegasen a lugares
remotos del país) no sólo para mantenerse al tanto de los movimientos de sus
enemigos, sino para coordinar la acción de combate con sus comandantes. También
usó los pocos trenes que existían para establecer una logística impresionante,
que le permitía abastecerse de vituallas y municiones. Es decir, Gómez supo
aprovechar la tecnología para emplearla en el combate.
6. Concepto táctico de ataque: Considerando la época donde los ataques
en masse eran la “moda” entre los comandantes militares europeos incluso hasta
la Primera Guerra Mundial (Nivelle, por ejemplo), Gómez tenía un concepto
táctico más avanzado, en cuanto al despliegue de tropas: dividir sus fuerzas en
tres grupos más pequeños y móviles, y a su vez éstos subdividirse “en
guerrillas” para una mejor y más rápida acción de combate.
7. Organización de las tropas: Polanco nos describe cómo organizó Gómez
esos tres grupos de ataque:
Uno de choque, con magnitud y potencia
condicionados por la situación del enemigo y cuyo objeto era atacarlo y conocer
sus capacidades de reacción; enseguida la vanguardia, poderosa y bien dotada,
que completaba la acción de la fuerza de choque; obtenida la victoria, la
retaguardia entraba en acción, con la finalidad de perseguir al enemigo
derrotado hasta aniquilarlo por completo.
También dispuso que hubiese una proporción tropas-oficiales de 10:2, es decir,
dos oficiales por diez soldados. Bastante minucioso, por demás.
8. Uso racional de municiones: Incita a provocar a sus enemigos a
malgastar sus municiones, eso sí, cuidando que sus propios efectivos no
hicieran lo mismo.
9. Persecución del enemigo: Gómez pensaba que, una vez alcanzada la
victoria, no había que perder tiempo en perseguir al enemigo y destruirlo, para
evitar que con los restos de las tropas derrotadas se crearan nuevas unidades
que pudiesen representar una amenaza a futuro.
Aunado a esto, Gómez entendió que tenía que profesionalizar al Ejército,
desplazando poco a poco a los generales chopo'e
piedra por
oficiales formados en la Academia Militar de Venezuela a partir de 1910
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