De los profesores de la época, quienes llegaron a ostentar el grado de capitanes de altura, menciona a Jesús A. Reyes Astorga, Francisco Hevia Gamero, Manuel Boffil P.; el licenciado en matemáticas Sais Kugler y el profesor Fernando Guerrero Matheus en la disciplina de geografía e historia, por cierto consagrado Cronista de Maracaibo durante décadas.
Posteriormente fueron en la plana de profesores, los oficiales de marina mercante Manuel Palacios, Francisco Elortegui, Avelino González Zulaika, Fernando Maruri y Jesús Mastraitua.
Al abundar en el apunte acerca de este centro de formación, Pérez Lecuna informa que esta escuela fue otro de los núcleos forjadores de oficiales de la marina mercante para las empresas petroleras durante II Guerra Mundial. Permaneció en funcionamiento hasta su reubicación en Macuto en 1946, cuando el gobierno nacional creó la Escuela Náutica de Venezuela la cual con el correr de los años devino en la actual Universidad Marítima del Caribe.
La primera promoción egresó en 1941. Hubo trabajo para todos sus integrantes quienes fueron directo abordo de barcos nacionales en operaciones costaneras. La capacidad del plantel excedía al número de jóvenes interesados en ingresar a la carrera preparatoria de oficiales de cubierta y máquina respectivamente.
El capitán de altura Pedro J. Guzmán Quevedo menciona en su libro La Formación del Oficial de Marina Mercante, los nombres de los graduados en las promociones previas a las egresadas en Macuto a partir de 1946.
De la escuela marabina egresó un total de 82 oficiales de marina mercante, número este bastante alto –comenta el autor en su obra Apuntes para la Historia Militar de Venezuela 1º de enero de 1936-18 de octubre de 1945.
Fue alto si se considera que era una liceo de náutica que preveía enseñanza gratuita ya que los alumnos tenían que costearse de su propio peculio desde los libros hasta sus diversos uniformes y equipos para el ejercicio de la profesión.
“Este esfuerzo en el desarrollo de la profesión no tiene parangón con acciones previas y posteriores”. Y el hecho de que el grueso de los egresados llegaron a culminar los más altos grados de la carrera demuestra la vocación de servicio y la alta calidad de la selección.
Puede que muchos de ellos puedan ser considerados los primeros profesionales formados en una escuela de exigentes niveles académicos sin negar mérito a otros marinos mercantes que se desarrollaron en ambientes distintos al de la Escuela Náutica Capitán Felipe Baptista.
La creación de esta escuela de marinos mercantes fue esencial para que contásemos con mejores hombres a bordo de los buques que operaban en nuestras costas al mismo tiempo que proveía los individuos que más arriesgarían con su trabajo abordo de los barcos que en el curso de la guerra, serían atacados en aguas venezolanas como del Caribe.
Los sucesos que tuvieron lugar en febrero de 1942 fueron determinantes para constituir un estado de guerra –y zozobra- entre la gente de mar y sus familiares, sobre todo en occidente, donde tuvieron lugar los primeros ataques más feroces de parte de submarinos alemanes.
La producción petrolera retrocedió a consecuencia de aquellos ataques que obligaron a adoptar medidas tales como el emplazamiento de unidades de defensa de grueso calibre capaces de repeler el poder de los submarinos alemanes que no sólo acechaban frente a Venezuela, de donde partían menos banqueros destinados a alimentar las refinerías y centros de recepción de crudo y productos requeridos por las fuerzas enfrentadas al nazismo.
Pérez Lecuna advierte que aunque los barcos de los países neutrales llevaran pintada en gran formato la bandera correspondiente a su país, para los hombres de los submarinos nada significaba convirtiéndolos en objetivos de los torpedos.
A los tanqueros se les artilló y las tripulaciones de los mercantes venezolanos recibieron adiestramiento en el manejo de los cañones y del armamento con que estaban dotados los buques y algunos de ellos –dice Pérez Lecuna- se hicieron buenos artilleros.
Para proteger los tanqueros costaneros, la bahía de Amuay fue habilitada como Sitio de Protección y Anclaje de Barcos, creándose un total de 32 fondeaderos señalados en el plano producido por el departamento de marina de la Shell Caribbean Petroleum.
La navegación costanera se estableció fuera practicada sólo durante la noche con las luces apagadas y escolta brindada por buques estadounidenses hasta los puertos de destino de los cargamentos.
Como si hubiese sido de pequeña monta el daño en términos humanos, de barcos y cargas asestado en febrero de 1942 a parte de la flota llamada “mosquito”, o sea, la de los barcos de poco calado que salían del lago de Maracaibo con cargamentos de crudo al igual que por la barra de Maturín o río San Juan, rumbo, bien a Curazao o Aruba o al puerto de las Piedras, salida que tenía lugar a la hora de pleamar y en grupos, en marzo de 1942, fueron hundidos en el Caribe nada menos que 35 buques, la mitad de los cuales eran tanqueros aliados de gran calado.
En el campo de aviación de Cachipo, estado Monagas, abierto por la Standard Oil (luego Creole), fue establecido el centro de monitoreo de las señales de radio y control de los desplazamientos en el Caribe.
Las unidades aéreas servían como apoyos al patrullaje marítimo de superficie complementado por el ejercido por aviones de la marina de los Estados Unidos y los escasos recursos de la aviación militar venezolana.
Aeronaves de las petroleras auxiliaron en dos ocasiones a náufragos sobrevivientes de ataques a tanqueros frente a las costas del litoral guaireño y de Barcelona.
Las mejoras que en 1942 planteó la aerolínea Pan American al gobierno del general Medina Angarita hacerle a los aeródromos de Maiquetía y Maturín además de los trabajos adelantados en Barcelona por las petroleras, fueron parte del esfuerzo no sólo para ampliar la capacidad y seguridad al movilizar pasajeros usuarios de la aviación comercial sino además, atender exigencias de los aparatos de la fuerza aérea de los Estados Unidos encargados del patrullaje, con bases bien instaladas tanto en Panamá como en Trinidad.
Como parte de este reportaje aparece una ilustración de las instalaciones de la Esso Standard en Maracaibo a finales de la década de 1940. Y, también, la fotografía del remolcador Standard, uno de los que operaba en el lago de Maracaibo empujando barcos el cual, en febrero de 1942 fue enviado a Aruba para prestar allí servicios temporales.
Sus tripulantes avistaron desde Aruba la madrugada del lunes 16 de febrero, el candelero que desprendía el tanquero Pedernales incendiado por el ataque del submarino alemán en el Golfo de Venezuela, hacia donde salió el Standard en cumplimiento del deber.
Durante la navegación a toda máquina lograron rescatar dos náufragos en medio de la oscuridad lo cual fue motivo de alegría y justificó la iniciativa del capitán Francisco Salazar, entonces con 14 años de servicio en las operaciones lacustres, y de sus colaboradores abordo de la unidad: Bernardo Moreno, Pedro Lozada, Anaxímenes Urdaneta y Luis Felipe Patiño, entre otros que ayudaron a remolcar de popa hacia la bahía lo que quedaba del Pedernales totalmente quemado.
Alfredo Schael
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