Ocurrió una madrugada como cualquier otra. Eran aproximadamente las 4:30 y los obreros de la cuadrilla se disponían a cambiar de guardia cuando el pozo comenzó a "gruñir".
Para entonces, jueves 14 de diciembre de 1922, Cabimas era una aldea con olor a pescado fresco. Los cocoteros enmarcaban su espacio desdeLa Vereda hasta La Misión, pasando por Ambrosio. Cubríanse las distancias a pie y el transporte terrestre se realizaba a lomo de burro. Cabimas era un pueblo maderero y pescador, como toda playa.
Hacia el sureste de ese caserío recostado a la ribera oriental del lago, estaba el escenario de esa madrugada. Los Barrosos 2 metido en el monte como a tres kilómetros de la costa, al poco rato empezó a eructar piedras. Era una especie de cañón subterráneo que disparaba piedras con intermitencia y roncaba. Luego empezó a expulsar gas y petróleo a gran presión, pero a baja altura, hasta que se destapó y las piedras en seguidilla salieron disparadas hasta romper la corona de la cabria. La columna de petróleo negro creció y llegó aproximadamente a los 45 metros de altura en cuyo copo se abría para diluirse por los aires en una bruma.
Los obreros y perforadores despavoridos habían corrido a guarecerse para evitar el impacto de las piedras, mientras el petróleo corría culebreando entre montes y pajonales. El chorro firme se mantenía en las alturas.
Fue en principio una madrugada como cualquier otra para los trabajadores de la Venezuelan Oil Concessions que perforaban Los Barrosos 2, pero el salpique de petróleo en las primitivas techumbres y en las paredes de barro de las viviendas de Cabimas, distante a apenas a pocos kilómetros, significó una mañana completamente distinta. Ese día llovió ligero como es costumbre por diciembre en la región, pero esta vez fue una lluvia de petróleo. Y llovió permanentemente -mañana, tarde, noche y madrugada- durante nueve días.
Samuel Smith, integrante bilingüe de la cuadrilla que estaba en el pozo en el momento en que se produjo el reventón, fue quien evocó muchos años después el acontecimiento. Lo contó siendo un ochentón reposado en la sala de su casa ubicada en Boconó, en el estado Trujillo, hasta donde se fue a vivir con su segunda esposa -la primera había fallecido- y a donde fuimos en 1978 para entrevistarlo.
-Eso fue, más o menos, de cuatro y media para cinco de la mañana. Nosotros nos quedamos alrededor porque el pozo comenzó a "gruñir". Antes de reventar produjo una gran bulla. Era como un trueno. Sacamos la barrena(1) rápidamente y el chorro empezó a fluir. Ya cuando amaneció la corona estaba rota por las piedras y el chorro se había abierto como una flor. Hacia el mediodía la arena acumulada llegaba a la cerca de alambre que rodeaba el pozo.
-¿Cómo era el chorro? -Primero empezó el ruido como un trueno. Después empezó a botar piedras pa' arriba y de allí fue aumentando, aumentando, aumentando hasta que pasó la corona. Fuimos -por cierto, fui yo- al depósito de la Standard en Punta de Leiva a buscar una válvula para tratar de parar el pozo. Como no encontramos la válvula, fuimos a buscar unas tuberías en un taladro que la compañía tenía por el río Limón. Las trajimos para hacer una plataforma en el lago, frente a La Rosa, y embarcar el petróleo derramado. El pozo iba por los nueve días botando petróleo y ya teníamos instaladas las bombas y calderas en La Montañita para movilizarlo hasta la plataforma que habíamos hecho en el lago y embarcarlo.
Estábamos allí con mister George Brake, el Superintendente de Perforación, cuando llegó un señor Arrieta que vivía en la cruzada de La Montañita, yendo para La Salina.
Arrieta, que era vasallo de San Benito, me dice: -Samuel, hágame el favor, dígale al señor Brake que nosotros queremos permiso para ir al taladro a parar el chorro.
Brake se echó a reír y me dijo en inglés: estos carajos están locos. Le expliqué a Arrieta que mister Brake decía que eso era imposible, que "si se meten hasta allá no salen más nunca ni San Benito ni ustedes. Que no intenten eso". Pero Arrieta me respondió que le dijera a Brake que no era imposible, que San Benito paraba el pozo.
-Dile entonces, dijo Brake, que la compañía no responde por daños y perjuicios. Que van por cuenta de ellos.
-Perfectamente, respondió Arrieta, entonces vamos por cuenta de San Benito.
Arrieta y el grupo con ocho tambores penetró por El Cardonal y se pusieron en dirección del pozo.
Mister Brake le comentó a Smith: pobre gente. Esos no volverán más nunca.
Cruzaron El Cardonal, buscaron Pueblo Nuevo para seguir hacia el pozo, pero viendo que no podían llegar hasta el sitio, allí mismo se pusieron a tocar los tambores.
Bañaban a San Benito en petróleo y tocaban cuando, de pronto, el pozo se paró.
Entonces, por orden de Brake, la Venezuelan Oil Concessions pagó todos los daños y le montó a los sanbeniteros una fiesta pública en La Rosa, en la tienda de Abraham Perozo.
En realidad, como es de suponerse, el pozo se paró solo. Se taponó a sí mismo por el derrumbamiento de sus paredes, pero lo contado por el curazoleño Samuel Smith no es una leyenda ni invención calenturienta de la imaginación de las gentes como en algunas oportunidades se ha pensado cuando se cuenta esta anécdota. Smith aseguró que ocurrieron los hechos tal cual él los narró.
En cuanto el pozo dejó de fluir, dicen crónicas periodísticas de la época que se procedió a la contratación de unos 3 mil hombres para que levantaran un muro que limitase el derrame. Cuenta Smith queFelipe Scott, primer Jefe de Labor que tuvo la compañía, mando a buscar a Carora y los Andes a todos esos hombres.
"Allí fue cuando llegó todo el golpe de gente caroreña y andina".
-En Maracaibo, donde Julio Añez y en la Casa París, se compraron picos y palas para hacer un muro de tierra desde La Montañita hasta donde está la clínica vieja de Lagoven, en La Salina. Además de confinar el petróleo derramado, con el levantamiento del muro se buscaba evitar que el petróleo llegara hasta el lago.
-Eran aproximadamente 900 mil barriles de petróleo, calculados por un geólogo de nombre Floyd Merrit. El petróleo cubría aproximadamente un área de 300 hectáreas desde donde, a través de un oleoducto provisional, se le transportó hasta la planchada montada en La Rosa. El petróleo se transportó en monitores hasta Curazao. Durante seis meses se estuvo sacando petróleo, asegura Smith.
Una información de la época, publicada el 22 de diciembre de 1922 por el diario El Universal, tiene otra versión que indica que “se calcula que la producción diaria de este pozo es de cincuenta a sesenta mil barriles”. El documento ubicable por Internet en Goggle, acota que posteriormente se precisó que la altura del chorro era de sólo 150 a 180 pies, y que la profundidad del pozo alcanzaba efectivamente a 1.500 pies. “La producción diaria, concluye el comentario, se había elevado ya a 90 mil barriles”.
Sin duda que el pozo Los Barrosos 2 significó lo que siempre se ha dicho: la alborada de la industria petrolera en Venezuela. Este pozo dejó ver al mundo la riqueza petrolífera del subsuelo de la costa este del lago de Maracaibo, pues expulsó en nueve días un volumen de petróleo que representó la décima parte de todo lo que para entonces había generado el país en casi diez años como productor. Era petróleo pesado y el nombre oficial del pozo era R-4.
Los Barrosos 2 confirmó lo que no pudo el pozo Santa Bárbara Nº 1, concluido en 1917 como productor de bajo rendimiento. Sin embargo, el Santa Bárbara dio lugar al descubrimiento del famoso campo La Rosa, menciona el ingeniero civil Federico Baptista en un esbozo titulado Historia de la Industria Petrolera de Venezuela, editado por Creole.
El geólogo Aníbal Martínez apunta en la obra Historia Petrolera Venezolana, que con el estallido de diciembre de 1922, las miradas ávidas se volvieron con ansias hacia Venezuela. En 1928, es decir, en apenas cinco años, el número de concesionarios y empresas dedicados al negocio petrolero y establecidos en el país, superó los doscientos.
En ese año, 1928, Venezuela llega a producir más de 15 millones de metros cúbicos de petróleo. El país se convierte en el segundo productor en el mundo y el primer exportador.
Fue el comienzo del chorro.
Manuel Bermúdez Romero
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