Cuando Cipriano Castro abordó en La Guaira el barco francés Guadaloupe el 24 de noviembre de 1908, acaso no sospechó que viajaría en la misma nave con uno de sus más enconados enemigos: Pedro María Morantes o, sea, Pío Gil. Las gafas oscuras le daban un aspecto sombrío de espía de novela policial y, en efecto, desde distancia prudente, y acaso con ironía, observó la melancólica travesía del dictador y su viaje sin retorno, al Viejo Mundo y al destierro de nómada.
Más que en Blanco Fombona, la pasión política, y sobre todo el odio a Castro y a Gómez, marcó la obra de Pedro María Morantes, conocido como Pio Gil, por su “nombre de pluma”. . Mariano Picón-Salas lo describió de una manera que vale la pena retener:
“Es un terrible y silencioso observador de los tragicómicos días de la dictadura de Castro, que habrá de revelar después de 1908 en muy ácidos libros: la novela El Cabito, que presenta el amargo e indignado cuadro de la vida social caraqueña a comienzos del siglo XX, teniendo a Cipriano Castro como personaje central”. El Cabito, en efecto, vale la pena leerla porque es una novela que divierte e ilustra sobre los modos de vida, los placeres, los vicios y las costumbres de aquella Caracas conquistada por don Cipriano.
Otros libros del también tachirense Pío Gil son: Cuatro años de mi cartera y Los felicitadores, animados libros de memorias en que se recogen las anécdotas, la fraseología y los gestos reveladores de aquel período de historia bizantina. Libros que conviene leer y rescatar en una época de felicitadores tan desmelenados como esta de las primeras décadas del siglo XXI en la que hemos visto romper todos los récords. En adulancia y sumisión somos un País Guinnes.
Polemista y obstinado, Pedro Maria Morantes o Pio Gil dejó otros volúmenes como Panfleto Amarillo, Panfleto Azul, y Personalismo y Verdades, en que, después de enjuiciar a Castro, inicia el proceso político de Juan Vicente Gómez y de los primeros hombres que se destacaban en la cábala dictatorial. Todavía, las letras y la política parecen condenadas a andar juntas: negándose, naturalmente. Este es el ambiente de Castro y Gómez. Del que andaba siempre bailando y bebiendo y del que se dedicó a ahorrar y hacer dinero. Y, naturalmente, a perseguir a todos los que se le oponían o criticaban. Ni siquiera Nostradamus imaginó que el amanecer del siglo XXI se iba a parecer al despunte siglo del tiempo de Cipriano Castro, como una gota de agua a otra gota de agua.
Un dato curioso: ninguno de los dos viajeros que se embarcaron en el Guadaloupe el 24 de noviembre de 1908, rumbo a Europa, regresó a Venezuela. Ambos murieron en el exilio.
SIMÓN ALBERTO CONSALVI
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